Los discursos parlamentarios de Práxedes Mateo-Sagasta

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Legislatura: 1889-1890 (Cortes de 1886 a 1890)
Sesión: 15 de julio de 1889
Cámara: Congreso de los diputados
Discurso / Réplica: Réplica al Sr. Barón de Sangarren y al Sr. Martos
Número y páginas del Diario de Sesiones: 26, 758-760
Tema: Interpelación del Sr. Romero Robledo acerca de las causas que han motivado la terminación de la anterior legislatura

¿Qué tenemos aquí que ver, Sres. Diputados, con el Sr. Barón de Sangarren, ni qué tiene que ver el Sr. Barón de Sangarren con los demás parlamentarios que haya en este país y con los que pueda haber en otras partes, ni qué tienen de común las instituciones con las luchas de los partidos, con estos movimientos políticos que son la vida del sistema político que nos rige, como lo son también en otros países?

Pero el Sr. Barón de Sangarren, queriendo sacar de lo que oye un partido que no comprendo, dice: silbaron al Sr. Cánovas y han echado de la Presidencia al Sr. Martos; ¡pobres instituciones!

¿Qué tienen que ver las instituciones, ni con el hecho verdaderamente injusto y reprobable realizado contra la persona ilustre del Sr. Cánovas, ni con el acto realizado contra el Presidente que era del Congreso de los Diputados? no tiene nada de común con las instituciones esas cosas.

Por lo demás, ¿qué nos importa lo que piensa Don Carlos, ni si piensa tener Cortes o no tenerlas? (El señor Barón de Sangarren: Pero eso dígaselo S.S. al Sr. Martos. Yo le he contestado).

¡Si el Sr. Martos no ha tomado la cuestión bajo ese punto de vista! Ni le importa que D. Carlos piense tener o no tener Cortes, porque supongo que al señor Martos le importará esto lo mismo que a mí.

Después de todo, ¡buenas andarían las Cortes de D. Carlos, si las tuviera! Porque cuando sus partidarios quieren jugar a las Cortes, suelen concluir a palos. (Risas).

Esto sucede siempre que se reúnen los íntegros y los leales. Pero de cualquier modo, si estos movimientos políticos en que se realiza un movimiento de hostilidad contra un hombre político pueden afectar a las instituciones, piense el Sr. Barón de Sangarren en los actos de hostilidad que la Nación española ha hecho a D. Carlos, el cual, no sólo ha sido censurado, sino expulsado en virtud de la ley, y además alejado a tiros del territorio español. No hablemos, pues, aquí de todo esto.

Voy a decir muy pocas palabras en contestación al último discurso del Sr. Martos. Yo siento que S.S. encontrara en el mío tonos duros, sin reparar en que mi discurso, no sólo era contestación al nada cortés ni de tonos suaves de S.S., sino que en él tenía yo que responder a tantas acusaciones, a tantos y tantos agravios como la mayoría, el Gobierno y yo habíamos recibido de S.S. y de algunos otros oradores que le precedieron en el uso de la palabra, aunque ninguno le aventajó en la dureza del lenguaje.

Verdad es que parece que esa dureza está bien en S.S. y está mal en mí; pero de cualquier modo, duro o no duro mi discurso, no encontrará S.S. ni hallará nadie en él una sola palabra que esté prohibida por la cortesía parlamentaria más delicada, palabras de que S.S., siendo tan retórico y sobre todo tan redicho (Risas), ha salpicado su discurso contra mí, y palabras de las que no quiero hacerme cargo, en primer lugar, porque no debo, y en segundo lugar, porque he de contribuir todo cuanto pueda a que este debate no se prolongue. En cuanto a la inexactitud que atribuye S.S. a todo cuanto he referido, no falsedad, que la palabra falsedad no suena bien en este sitio; en cuanto a la inexactitud con que yo he relatado los hechos y la exactitud con que S.S. los ha expuesto, voy a referirme a S.S. mismo, porque la base de mi argumentación era el cambio repentino de S.S. respecto a las cuestiones económicas, y S.S. contestó diciendo que hacía más de dos años que trataba estas cuestiones desde el mismo punto de vista que hoy. Su señoría está perfectamente equivocado, y voy a demostrárselo leyendo lo que S.S. mismo ha dicho.

Dos años hace, según dice S.S.; pues bien, hace ocho meses, al principiar la cuarta legislatura, decía S.S.: "Si hemos de lograr algo, si hemos de mejorar, que sí mejoraremos, el estado del país, porque pensar en transformarlo por unas cuantas disposiciones propuestas por el Gobierno y adoptadas por las Cámaras, es pensar en lo imposible, como es imposible resolver toda esta crisis económica de Europa y del mundo entero; si hemos de obtener, repito, algunos medios positivos, esto ha de ser prosiguiendo con eficacia y con energía y con unanimidad la iniciativa del Gobierno".

Poco antes dijo también S.S.: "Señores, respecto al problema económico en general, voy a decir una cosa, y es, que o debiera tomarse por bandera de ninguna agrupación política que forme parte de un partido, pero tampoco por un partido frente a otro; porque no creo que haya Gobierno alguno capaz de sacrificar los intereses sagrados del trabajo nacional a los principios del libre cambio; lo que no hay, ni ha habido, ni habrá nunca, es un Gobierno capaz de sacrificar los intereses del país por lo efímero de ciertos extremados principios proteccionistas. Así es que tampoco serán los conservadores, a pesar de todo, los que cumplan nada de aquello que en el orden económico ofrecen, y ya lo veréis cuando vuelvan. Los conservadores harán entonces lo que han hecho ya: prorrogar tratados, hermanar aranceles y vivir en el orden político mal, porque tienen mal gusto; y en el orden económico como puedan, porque como se pueda hay que vivir en el orden económico".

Pues si esto decía S.S. al empezar la última legislatura, ¿cómo puede hacer dos años que pensara lo contrario? ¿Es que S.S. aconsejaba a la mayoría lo contrario de lo que pensaba, para luego tener el gusto de abandonarla en la Presidencia? Esto no puede ser. Tenía yo, pues, razón cuando decía a S.S. que no me explicaba este afán qua ahora le ha entrado por la subida del arancel, y que no comprendía cómo producía una perturbación en al partido liberal por la subida del arancel, cuando nunca había oído hablar a S.S. en ese sentido.

Tampoco puedo yo juzgar de la conciencia de S.S. por la mía, porque vemos las cosas de muy distinta manera. Su señoría considera como una cosa muy natural, muy regular, muy lógica y que no debe llamar a nadie la atención, la conducta que S.S. ha observado; y a mí me parece una cosa tan extraordinaria, tan excepcional, tan rara, que yo no la realizaría jamás. Es distinta manera de apreciar las cosas. Su señoría en esta cuestión no da al valor que yo doy al acto de S.S. Yo se lo doy tan grande, que desde mi punto de vista, dada mi manera de pensar, no lo hubiera realizado jamás, porque hubiese creído colocarme en al caso de un general que, después de excitar a la pelea a sus soldados, después de arengarles y preparar los movimientos para al combate, al empezar éste apareciese al frente del ejército contrario para sorprender a sus soldados en los mismos movimientos que él ordenó. (Aprobación). De manera que vemos las cosas de muy distinto modo. [758]

Pero después de esto, la opinión pública ha juzgado ya la conducta de S.S., conducta que ha sido explicada, comentada e interpretada por no sé cuantos intérpretes, y es una verdadera desgracia necesitar tantos comentaristas y tantos interpretes; en mi opinión, mayor desgracia aún que la de ser injustamente censurado; porque ¿qué esfuerzos de inteligencia, qué prodigios de imaginación se necesitan para explicar un acto tan sencillo, una cosa tan natural, según dice S.S., como levantarse de aquel sitial y abstenerse en una votación? También he de llamar la atención de S.S. acerca de la circunstancia de que ese acto ha dado lugar a que se hayan separado de S.S. los que hasta hace poco tiempo fueron sus mejores amigos, al mismo tiempo que ha promovido la favorable y cariñosa acogida de los que hasta hace poco tiempo eran sus adversarios, y adversarios tan enconados, que consideraban a S.S. como un apestado.

Yo que observo este fenómeno, como debía observarlo el Sr. Martos, fenómeno que consiste en haber cambiado las cosas tan repentinamente, en convertirse en cariño el encono de los adversarios, he de advertir al Sr. Martos que eso puede ser más aparente que real, y sobre todo, que puede ser interesado; porque si esos adversarios tienen tal ansia de dar a S.S. satisfacción, ¿por qué, en vez de tantas alabanzas y de tantos abrazos como han tributado a S.S., no le dieron sus votos para la Presidencia? ¿No hubieran sido más elocuentes los votos que los abrazos? Sin embargo, no lo hicieron, y esto debe hacer reflexionar al señor Martos que quizá ese cariño en que se ha trocado el odio que antes le tenían, consista en que han podido observar que en estas circunstancias, que en estos momentos pueden aprovechar a S.S. como instrumento de destrucción, como medio, como escala para asaltar la fortaleza liberal, sin perjuicio de arrojarle después y dejarle solo cuando hayan realizado y conseguido sus propósitos.

¡Válgame Dios! Durante cuatro años que hemos estado juntos el Sr. Martos y yo, no se ha enterado de que yo era un gran sofista en lugar de ser un hombre de Estado, y no ha tenido tampoco noticia de mis hechos antiguos. Porque, Sres. Diputados, la falta de razón y de argumentos recientes del Sr. Martos contra mí, la ha demostrado S.S. mismo tratando de remontarse a tiempos antiguos, cuya historia ha trazado S.S. a su gusto para buscar y rebuscar pretexto y ocasión para sus ataques contra mí. Pues qué, ¿no conocía S.S. todos esos hechos antiguos durante los cuatro años que ha estado tan a gusto (al menos a mí me lo parecía, y me satisfacía mucho) bajo mi jefatura? Desengáñese el Sr. Martos; por mucha tortura que dé S.S. a su brillante imaginación, no ha de encontrar una manera medianamente legítima de justificar el cambio repentino de convertirse de amigo en enemigo mío.

Es verdad que S. S. nos ha revelado el secreto de su evolución; porque ya que no ha podido justificar esos cargos contra mí, ha puesto de manifiesto, ex abundantia cordis, el por qué ha podido hacer esa evolución que tanto nos ha perjudicado a todos y que tanto ha perturbado al partido liberal. Su señoría lo decía claro: yo ya estoy cansado de prestar mis ideas a otros, las quiero yo realizar, no admito la jefatura de nadie, yo quiero ser jefe. Enhorabuena. Si aspiraba S.S. a ser jefe, claro está que no podía continuar donde estaba, al menos repentinamente; pero si S.S. nos lo hubiese dicho, dado como yo creo el buen comportamiento de S.S., hubiéramos dispuesto las cosas para que, andando el tiempo, S.S. hubiese venido a ser el jefe del partido liberal; mientras que ahora, por no haber tenido S.S. esa paciencia y esa espera, ahora yo no sé de quién va a ser jefe S.S. (El Sr. Martos: Ya lo veremos). Ha de ser muy difícil; y es lástima que S.S. haya dejado un camino muy fácil por escoger una vereda tortuosa y pendiente, que no sé si S.S. podrá salvar sin dificultades insuperables.

De todas maneras, yo entiendo que jefe del partido conservador no me parece que pueda ser S.S. porque no creo que va a tener la pretensión de sustituir al ilustre jefe de ese partido, que en mi entender, y en opinión de todo el mundo, el partido conservador lo tiene con mucho gusto; tampoco sospecho que va a tener la pretensión de sustituirme a mí en la organización actual del partido liberal, porque entiendo también, y creo que entiende la opinión, que el partido liberal tiene mucho gusto en mi jefatura. (Aprobación). ¿Pues de quién va a ser jefe S.S.? ¿De los que han podido coincidir momentáneamente? No lo creo, porque cada cual tiene sus aspiraciones. (Risas). De manera que resultará que el Sr. Martos no va a poder ser jefe mas que de sí mismo; y le aseguro a S.S. muchos disgustos, porque va a tener un partido muy díscolo y muy difícil de dirigir. (Grandes risas).

No había reticencia, ni mucho menos calumnia, en aquellas palabras que yo pronuncié lleno de amargura: "no sé si se necesita más paciencia para oír ciertas cosas que para callar otras". Repito que no había en ellas ni reticencia ni calumnia; lo que había era gran amargura, porque con amargura he oído palabras que no hubiera querido que salieran de labios de S.S.; palabras que, si S.S. quería la paz, hacían imposible toda concordia. Todavía necesitaba yo más paciencia, porque son más, muchas más, las que tendría que decir de su conducta anómala para conmigo; pero como son tantas y ocuparíamos un libro si se escribieran, y además no las necesito para mi defensa, no las he de decir. (El Sr. Martos: Eso no es lícito; escriba S.S. el libro, o diga las palabras). Más bien quiero escribir el libro, porque las palabras ocuparía mucho tiempo en decirlas.

Donde puede haber calumnia es en aquella frase que S.S. me dirigió indicando que yo decía falsedades a cambio de alabanzas. Yo no he dicho nunca eso, Sr. Martos, nunca; y refiriéndome a las palabras a que S.S. podía referirse, he dicho aquí solemnemente, de una manera pública, para que lo oigan el Parlamento y el país, que yo no dije las palabras que se me atribuían, y eso debió bastar para que ni S.S. ni nadie insistiera en ese punto.

Por lo demás, si algunas palabras pronuncié yo respecto de la conducta que S.S. observó al llevar ciertas quejas a determinado sitio, las dije sin faltar a ninguna consideración ni reserva, porque S.S. me las dijo a mí sin reserva, y se las dijo también e otros amigos, y cuando estos amigos vinieron a contármelas, yo les respondí: "ya las sé; me las ha contado el mismo Sr. Martos". De manera que conmigo se puede hablar sin inconveniente ninguno.

Tampoco dije nada de los empleados que S.S. tuviera, que bien están si son buenos empleados. Lo que hay es, que como S.S. me atribuía a mí el propósito de que he querido echarle de la Presidencia, yo [759] aspiraba a demostrar que he hecho todo lo contrario para que S.S. no dejara ese sitial. Para eso he tenido que recordar la facilidad con que S.S. ponía siempre en mis manos (y a la verdad que en mis manos no la podía poner, pero sí a disposición del Gobierno) la Presidencia del Congreso, y recordar que lo hacía S.S. por algún empleo, por algún juez municipal, por algún alcalde, lleno S.S. de buen deseo por traer a la Monarquía quizá republicanos, pero siendo la verdad que S.S. tomaba esas cuestiones personales y de organización provincial o municipal con un celo que no correspondía al sitial que S.S. ocupaba, porque en ese sitial se pueden hacer cuestiones de Gabinete los grandes principios y procedimientos, pero no la constitución de una Diputación o Ayuntamiento o un Juzgado Municipal.

Por lo demás, yo no he rebajado el debate a ese terreno de contar el número de empleados que S.S. tiene. No me he ocupado jamás de eso, ni deseo ocuparme nunca, como no me he de ocupar de los que S.S. tenga colocados. Tenga S.S. los que tenga, si son buenos empleados, bien están; seguirán sirviendo al Estado en los destinos que desempeñan.

Pero en fin, yo no quiero prolongar este debate, y voy a dejar una porción de cosas que apunté el día que S.S. habló.

Voy a terminar, porque deseo que concluya este debate. El país no comprende cómo el que el Sr. Martos haya dejado la Presidencia del Congreso sea motivo bastante para haber perturbado la política española y para haber interrumpido por espacio de dos meses el curso de las tareas del Parlamento, y no quiero contribuir a aumentar más el mal.

El Sr. Martos, al ver que no ha impresionado a nadie con sus medios naturales, ha querido emplear los sobrenaturales y maravillosos de los augures, y como los hermanos Carvajales a Don Fernando IV, me ha emplazado a mí para dentro de cuatro meses. Muchas gracias, Sr. Martos; que al fin y al cabo algo le tengo que agradecer, puesto que cuando S.S. pronunció su primer discurso, apenas me daba de vida ministerial más tiempo que el que necesitaba S.S. para concluir aquél, y ahora me concede un plazo de cuatro meses, bastante mayor que el que dieron los derrocados de la pena de Martos al Rey de Castilla; pero yo he tenido siempre poca fe en los augurios de los astrólogos, sobre todo para las cosas de la vida, y mucho menos para los asuntos de la política; y como en estos sitios y en estos tiempos hace más efecto un discurso que esa ciencia de los antiguos y de los modernos nigrománticos, a la cual no sabía que S.S. se dedicaba, aunque debía presumirlo, porque S.S. se dedica a todas las ciencias (Risas), presumo que el horóscopo de los cuatro meses no se realizará, y que ese emplazamiento va a tener nuevas y largas prórrogas, lo cual le vendrá bien a S.S. para ejercitarse en esas nuevas aficiones que ha descubierto a tan extraña ciencia. (Risas.-Muy bien).

No tengo más que decir. [760]



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